Primer Congreso Nacional de " Mujeres Libres "

20 de agosto de 1937 en Valencia (España), se celebró el primer Congreso Nacional de " Mujeres Libres "









En 1934 Amparo Poch y Gascón, Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada fundaron la revista Mujeres Libres, que era portavoz de la Federación Mujeres Libres, en pro de la liberación de la mujer obrera. La Federación creció rápidamente y en octubre de 1938 tenía más de 20 000 integrantes. Era una revista para mujeres y escrita por mujeres. Vetó la colaboración de hombres, a excepción del artista Baltasar Lobo, que era ilustrador y maquetista de la publicación.
En mayo de 1936 apareció el primer número de la revista. El editorial decía:
... encauzar la acción social de la mujer, dándole una visión nueva de las cosas, evitando que su sensibilidad y su cerebro se contaminen de los errores masculinos. Y entendemos por errores masculinos todos los conceptos actuales de relación y convivencia: errores masculinos, porque rechazamos enérgicamente toda responsabilidad en el devenir histórico, en el que la mujer no ha sido nunca actora, sino testigo obligado e inerme... no nos interesa rememorar el pasado, sino forjar el presente y afrontar el porvenir, con la certidumbre de que en la mujer tiene la Humanidad su reserva suprema, un valor inédito capaz de variar, por la ley de su propia naturaleza, todo el panorama del mundo. ... que miles de mujeres reconocerán aquí su propia voz, y pronto tendremos junto a nosotras toda una juventud femenina que se agita desorientada en fábricas, campos y universidades, buscando afanosamente la manera de encauzar en fórmulas de acción sus inquietudes.

La educación y la capacitación profesional eran premisas determinantes a la hora de conquistar los derechos de la obrera en el ámbito de una formación libertaria. Su objetivo era la emancipación de la mujer de la esclavitud, de la ignorancia y de la sumisión sexual.
Las agrupaciones Mujeres Libres de Madrid y el Grupo Cultural Femenino de Barcelona se fusionaron en septiembre de 1936 en la Agrupación de Mujeres Libres. En Barcelona laAgrupación de Mujeres Libres estableció comedores colectivos, organizó cursillos de enfermeras y puericultura y envió viveres al Madrid asediado.
La Agrupación Mujeres Libres abrió una Escuela de Chóferes para mujeres para ser útiles en los Servicios de Sanidad de la retaguardia. También impartió cursillos para capacitar a mujeres como conductoras de tranvías


Lecturas










LA VERDADERA HISTORIA DEL 8 DE MARZO


 
Clara Zetkin
 
Por Jeannette Rojas Silvajrojasilva@telesat.com.co

El nacimiento del Día Internacional de la Mujer, contrariamente a lo que se creía en todos los aforos, no radica en un acontecimiento aislado, sobre el que ni tan siquiera existía consenso entre la historiografía norteamericana y la española, sino que ha de encuadrarse en un contexto histórico e ideológico mucho más amplio.















Los senderos múltiples de la identidad: feminismo alternativo

Elena Sánchez Gómez (Comunicación del Congreso “Mujeres, libres y libertarias”, celebrado en Madrid en 2005)

Qué es, pues, este ser dividido que el género introduce en el lenguaje? Es un ser imposible, un ser que no existe, una broma ontológica.
Monique Witting
I. Introducción


Esta es una reflexión sobre “nosotros”. Todos los humanos, independientemente de nuestra realidad cultural, histórica, social y económica, somos catalogados como varones o mujeres; nadie escapa a este binarismo. Nos preguntamos sobre esta separación y sus implicaciones, sobre el significado y la necesidad de este dualismo. Pretendemos hacer una incursión en la “o”, en la separación, en la oposición y también en sus respectivas “identidades colectivas”, en sus nexos de unión.
Dado que en nuestra contemporaneidad filosófica se da un discurso poshistórico y pospolítico que asume la muerte del hombre y reivindica nuevas superficies ontológicas plurales, nosotros nos preguntamos cómo afecta esto a la mujer. Este artículo es tan sólo un intento de dar una respuesta a esta pregunta; solamente pretendemos esbozar algunas líneas que nos conduzcan hacia su contestación, mediante la muestra de cuál es el estado de la cuestión, del debate, y dónde y cómo se dan las polémicas “feministas” en nuestros días.
Afirmamos que hoy ya no existe el feminismo, si por tal entendemos una realidad teórico-práctica única, sino que más bien se dan múltiples feminismos, en movimientos plurales y heterogéneos. A veces, estos movimientos son convergentes, pero no siempre están bien avenidos y en muchas ocasiones son divergentes; su nexo de unión es oscilante, fluctuante, en continua evolución y mutación. Frente a la cuestión de qué se entiende por feminismo o cuáles son sus señas de identidad no se da una única respuesta, sino que más bien se muestra una compleja pluralidad de contestaciones.
Ante esta maraña de respuestas, nos aproximaremos a sus posibles resoluciones señalando una serie de prejuicios que nos desenredarán un poco el camino. Estos se manifiestan en las posibles respuestas, cuando preguntamos a alguien en qué piensa ante la palabra feminismo:
1.-En un tipo de discurso de mujer, es decir, en una feminista que no es un feminista1. Volveremos sobre esto en la conclusión.
2.- En el Diccionario de la Academia encontramos la definición del término como una “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres (…), movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Esto es así ya que las mujeres se encuentran en un estado de inferioridad jurídica que provoca que se exija la igualdad porque ésta no es un hecho.
Parece, entonces, que el nexo de unión de todos los feminismos es la opresión de las mujeres, pero nos preguntamos:
1- ¿Qué se entiende por opresión? ¿Cómo se produce? ¿En qué medida se desarrolla? ¿A través de qué mecanismo ocurre la opresión?
2- ¿Se puede acabar con ella? ¿De qué manera?
3- ¿Qué se entiende por mujer? ¿Hay un único modelo de mujer? Si no es así, ¿por qué llamamos a todas mujeres?
Intentaremos responder a estas cuestiones ya que veremos que la preocupación por la mujer, sea ésta entendida como fuera en sus múltiples formas, no conlleva una única manera de plantear la cuestión. Aunque sea un tópico, las diversas estrategias y estilos de preguntar determinan y condicionan las respuestas. Dado que los feminismos se cuestionan desde lugares distintos y con talantes diversos, lo que provoca esto son sus respuestas múltiples. Insisto en el archiconocido tópico de que son más relevantes las preguntas que las respuestas; las preguntas implican epistemologías y ontologías distintas, marcos teórico-prácticos diferentes: por eso se dan feminismos y no un feminismo. No hay un lugar privilegiado desde el cual preguntar sobre la mujer, no existe el único enfoque, “el verdadero”, un pedestal desde el cual de forma absoluta cuestionarse. La contemporaneidad nos muestra todo lo contrario: unas superficies dispersas de cuestiones y respuestas, de enfoques y reflexiones, una pluralidad de perspectivas, en definitiva unos mapas feministas, unos hábitats de mujeres.
Estos distintos hábitats hacen que estén presentes, que convivan juntas y mezcladas distintas perspectivas premodernas, modernas y posmodernas sobre lo humano. Como pretendemos mostrar a lo largo del escrito, estos diferentes talantes habitan pragmáticamente nuestra contemporaneidad en una compleja red de relaciones que ya no pueden ser reducidas a un único y excluyente modelo categorial, que ya no pueden ser asumidos por un único modelo epistemológico.
Defendemos que sólo ahora se dan las condiciones pragmáticas, lingüísticas y teóricas que posibilitan pensar y vivir espacios habitados por formas de ser no hegemónicas, únicas y excluyentes. Estos espacios excluidos han sido llamados de múltiples maneras: mujer, minorías étnicas, subgrupos culturales, etc. Lo diferente, lo marginal, lo anormal ahora tiene la posibilidad de encontrar superficies donde poder hospedar, vivir y crear, sin ser perseguidos, sin ser excluidos.
Debemos tener presente que esto sólo se da en el mundo de las diferencias que se asumen y piensan como tales, esto es, en el espacio en el que las diferencias se saben plurales y por ello no exigen ser las únicas posibles, ni pretenden imponer “su” único modelo de saber-vivir. Solamente de esta manera es posible la convivencia real. Paradójicamente esta convivencia es hoy más posible y, a la vez, sus enemigos están hoy mejor armados y son más despiadados que nunca.
Vivimos en una encrucijada en la que una senda nos conduce por el camino de la posibilidad de mundo sin identidades fuertes, flexible y plurimórfico; este es el camino de la libertad. Y la otra vía, sin embargo, es la del “pensamiento único”, el mundo de la identidad consolidada, que nada deja fuera de sí. El mundo de la identidad avanza absorbiendo todas las diferencias, que sólo entiende como elementos extraños y hostiles, mostrando un paisaje inhóspito cuyo sendero atraviesa su único y posible territorio: el desierto de lo real, el área de la igualdad uniformada y obligatoria.
Nosotros esperamos que “otro mundo sea posible” con identidades lingüísticas, performativas y nómadas. Somos conscientes de que este mundo de la diferencia ontológica, que estas pluralidades flexibles y libres chocan con la realidad angustiosa de una dualización generalizada de las funciones sociales, de la desigualdad empírica. Partir de las diferencias no significa defender el relativismo, el cual siempre es tal con relación a una totalidad. No todo vale, no todo esta permitido, no vale la exclusión, ni la marginación, ni la imposición, etc., como analizaremos posteriormente. Nos hieren los malos tratos, nos acongoja la situación de la mujer oprimida, nos horroriza y gritamos de espanto ante las estadísticas sobre violencia domestica. Nos llena de ira, nos horroriza y temblamos antes los ejercicios de dominación de las identidades únicas que se han hipostasiado en el lenguaje, las cuales han momificado y petrificado al sujeto. Estas identidades fuertes hacen de la realidad un ejercicio de su voluntad desmedida, fruto de las identidades asesinas; su mundo feliz es, a la postre, un mundo de marmolizaciones y petrificaciones existenciales, de acortamiento conceptual, de rigidez vital. También nos duele la inferioridad y discriminación de las mujeres en el ámbito laboral, educativo... Pero, y éste es el matiz importante, nuestra recepción y compresión es ya diferente. No se nos parte el alma porque la mujer no sea igual en el ámbito teórico y en la práctica al hombre (aunque también deseamos y reivindicamos la igualdad, no la de identidades, no la existencial, porque hemos tirado por tierra la identificación con lo masculino como modelo neutro de liberación), sino por la violencia innata a toda identidad substantiva que sólo puede ser opresora.
Este modelo de pensamiento único no permite que se de la diferencia femenina, porque olvida y mata la posibilidad del acontecer de las diferencias, ya que no deja que las mujeres sean mujeres múltiples, diversas y plurales. Es decir, estamos seguros que el modelo de la identidad única y obligatoria genera por un lado opresión y marginación, a la vez que, por otro lado, crea entre nieblas la ilusión de la liberación, que algún día muy, muy lejano se termina realizando. Aunque es eso: sólo una ilusión.
Nuestra pretensión se limita a explicar y aclarar lo hasta aquí mencionado. El resquebrajamiento de la objetividad como base epistemológica del pensamiento moderno occidental implica articular las cuestiones de la identidad, del cuerpo, del género en unas coordenadas posicionadas, localizadas, epocalizadas, en unas redes de puntos interrelacionados, en desvíos, líneas de fuga… que configuran el mapa de diseño del análisis de los presupuestos teóricos del llamado feminismo emancipatorio y del feminismo alternativo. 
II. Feminismos
Todos los feminismos combaten y desean la abolición del sistema socio-simbólico, jurídico, económico del patriarcado. Todos los feminismos están, en alguna medida, heridos por los disparos de cañón del patriarcado moderno. Todos los feminismos luchan por la libertad. Todos los feminismos desean la destrucción de la argamasa ideológica que sustenta cualquier forma de opresión y dominio. Todos los feminismos de maneras distintas, se hacen eco de estas dos cuestiones: 
1.-El problema de la identidad
El feminismo ha puesto de relieve que tras la aparente neutralidad del genérico, del neutro, se escondía la masculinidad, la coincidencia entre “el hombre”, “lo humano” y los hombres varones, los sujetos masculinos. El desvelamiento de este sujeto enmascarado y marcado sexualmente ha puesto en cuestión la voluntad de universalidad y totalidad implícita en dicha concepción.
El posfeminismo asume la muerte del humanismo, entre cuyas cenizas resurge un discurso de la pluralidad. La muerte del humanismo es una crítica demoledora de la categoría de identidad, es decir, implica asumir que no se da ningún ser idéntico a sí mismo, que no se da ninguna continuidad, ninguna presencia agazapada, escondida sobre la cual se desarrolla la personalidad, la identidad. La identidad femenina, como toda identidad, es una ficción; no existe un sujeto anterior temporalmente. Este sustrato es el vestigio contemporáneo de la hipótesis del estado de naturaleza, de su esencialismo metafísico. El género no le pertenece a nadie, el ser mujer no me pertenece, yo no soy mujer (en el sentido fuerte, posesivo de una realidad independiente a la que le pertenece, que posee un atributo, una cualidad); no se da ningún “yo”, una de cuyas cualidades sea la feminidad, sino que es una significación; quizás no como cualquier otra, ya que ésta da inteligibilidad, significabilidad a un yo, es decir, da comprensibilidad, coherencia, estabilidad a los múltiples cambios de mi existencia, nombre que recibe el modo de estar en el mundo en la transitividad, en la co-reciprocidad de una materialidad (ser) y su inteligibilidad (pensar). Yo acontezco, “devengo mujer”, en el sentido deleuziano, en una temporalidad no lineal progresiva, en el pluralismo ontológico, en un pliegue, en una relación, en un despliegue que no se reduce a ningún término.
Está amaneciendo un talante identitario que se sabe fragmentario, no excluyente, ya que es consciente de su discursividad; que convive con otros discursos identitarios sin marginarlos, ya que sabe que también son posibles y reales. El feminismo alternativo sabe que toda subjetividad es pragmática, fluida, “excéntrica”, que todas las identidades “débiles” se expanden de manera fluida, adaptable y maleable.
Toda forma de identidad fuerte, totalizadora, que se cree única, es opresiva y opresora, la femenina también. El feminismo alternativo rompe los corsés que nos impedían respirar, iniciando a re-andar las superficies no pensadas, cerradas, los espacios prohibidos. Estos espacios siempre han existido, no se han inventado ahora, siempre se han dado líneas de fuga2, planos libres donde respirar sin opresión. Toda estructura tiene sus huecos y ahora se están destejiendo para trasformar la tupida tela en una malla de ganchillo. Frente a la petrificada, cosificada y consistente identidad metafísica, se vivencia una identidad fluida, discontinua y múltiple.
La muerte del sujeto significa que no existe el sujeto como unidad trascendental; no existe la mujer, sino una reverberante producción fluida de lugares, trazos, gestos, máscaras. El yo como efecto de los juegos del lenguaje, de las prácticas sociales. Como diría Foucault, ”la mujer también ha muerto, era un invento reciente”. Las mujeres y los varones son nadas, poseen una nula consistencia al margen de las estructuras que las reconocen como tales.
La línea argumental del feminismo alternativo reza que no existen substancias separadas e independientes lingüísticamente e invariables y continuas antológicamente (el hombre y la mujer, cuya relación se reduce a la lucha y que están condenados a enfrentarse, a vivir en un “estado de guerra” eternamente), sino que toda la naturaleza es ya social, cultural. La co-pertenencia del ser/pensar apunta a que el ser se da en referencialidad al pensar y viceversa. Por tanto, el hombre y la mujer no acaecen como esencias inmutables, sino, más bien, como una simulación, como una teatralización. No existe, en resumidas cuentas, ninguna esencia que diferencie hombres y mujeres, un ser-qué inmutable, sea igual o diferente: sólo se dan modalidades que asumen la sexualidad pre-dual.
La diferencia hombre-mujer, y la exclusión de esta última, se fundamenta presuntamente en la naturaleza, en las diferencias físicas. Pero el cuerpo no se debe entender como una realidad fija, fisiológica, natural, continua, sustento de atributos y capacidades, ser objetivo e independiente que se adapta a un determina entorno cultural y social. En la re-significación que el feminismo alternativo asume, el cuerpo es topos de encuentro del ser-pensar, del pensar-ser; no es un espacio presocial -una materialidad natural e independiente, una entidad biológica fija-, ni un constructo discursivo, como si nuestros huesos fueran un nombre cuyos ladrillos se amasasen con letras; tampoco es constructivismo ni biologicismo, ya que ambos están presos de la estructura binaria del pensamiento metafísico occidental. Sino que el cuerpo deviene un “estar” en el mundo significativo, una superficie relacional transversal entre el ser y el pensar. El cuerpo es, así, naturaleza-tradición, recreación contextual, no existe nuestro cuerpo y además, a modo de plus, nuestro espíritu que visualiza, comprende y juzga culturalmente el cuerpo que le ha correspondido. 
La mujer, y también el hombre, en estado puro no existe, siempre se la considera en “dispositivos” históricos que la organizan según modalidades diversas. La mujer es siempre colocada en un discurso y a un discurso puede sucederle otro y convivir varios a la vez (los discursos no tienen por qué necesariamente excluirse unos a otros; los que excluyen son presos de una metafísica de la identidad, ya que si no tendrían conciencia de su propia narratividad). Siendo así que el feminismo alternativo es un discurso histórico-político-simbólico entre otros, que pretende hallar y hacer aparecer las formas históricas y culturales de estos “dispositivos”. El ser-qué de las féminas es un acto a la vez político, ético, simbólico, cultural... No deberíamos preguntarnos “¿qué es la mujer?”, “¿en qué consiste la identidad femenina?”, ya que no existe un objeto que sea la mujer, una substancia eterna e ideal (el ”eterno femenino” de Goethe), cuya definición podamos aprehender. La pregunta contestable viraría de la siguiente manera: “¿qué puntos de vista conciernen a la mujer?”.
Partimos del hecho de que nunca ha habido “mujeres”, nunca ha existido “la mujer” como esencia, como idealidad, como entelequia unitaria, como a priori; solo han existido nadas, negaciones, hiatos, el hueco dejado por su ausencia; en definitiva, solo se ha dado su inexistencia. La mujer ha sido entendida como una carga, su historia es la de la opresión y la exclusión, una realidad de-generada. Sostenemos que, tan sólo tras la crítica de la modernidad, se abre la posibilidad de la existencia de las mujeres reales ”de carne y hueso”, diversas y plurales, con sus diferencias étnicas, culturales, personales, vitales, existenciales, con sus formas diversas de vivir sus sexualidades... No nos rasgamos las vestiduras por la pérdida, ni siquiera sentimos el abandono melancólico de la ausencia de la modernidad, más bien celebramos amistosa y lúdicamente la aparición de nuevas posibilidades.
El feminismo alternativo es consciente y saca a la luz la violencia simbólica, denuncia el ostracismo que afecta a las mujeres y a sus acciones desde hace siglos, mediante el mecanismo falaz de la universalidad semántica. En la tradición onto-fálico-teológica sólo ha existido un único lenguaje, y no precisamente el neutro. El feminismo alternativo se propone en su intención más honda la modificación del binomio masculino/femenino, liberando el sentido que sólo pertenece al que lo crea y asumiendo la carga metafórica de todo lenguaje. Es un punto de vista, un talante, una perspectiva, un modo de discurso femenino que se sabe intencional y fragmentario.
Es un error partir de lucha opuesta e irreconciliable entre el hombre y la mujer, de “la guerra de sexos”, de la existencia de dos maneras sexuadas de ser en el mundo. Dado que, si partimos de la dualidad ontológica, no daremos ni un solo paso fuera de ella, ¿por qué no partir de la pluralidad ontológica en vez de la dualidad? En el mundo del pluralismo es en el que el feminismo alternativo avanza por un campo de batalla en el cual no se produce ninguna claudicación ante el modelo binario; no se puede ser humano sin ser hombre, mujer, homosexual, agresivo, dulce, débil, fuerte, etc. Lo que no somos en un determinado momento -estas ausencias- también nos concierne, también está presente y nunca ha dejado de ser. Se ha dinamitado, también, la escisión dicotómica entre ausencia/presencia.
Defendemos que sólo serán posibles las mujeres en un mundo de la pluralidad ontológica, en el mundo de la libertad. Todo lo demás es una ficción, una quimera o un engaño, ya que se nos promete lo que nunca podrá ser alcanzado. Estas promesas nos han hecho que soñemos con alcanzar la línea del horizonte, la cual se aleja progresivamente; según luchamos por acercarnos, un nuevo esfuerzo, un nuevo impulso nos provoca instantáneamente el alejamiento de nuestro horizonte deseado. Siempre a la vista y nunca tangible. Cuando al fin lo creemos tener, se esfuma. Se sueña con lo inalcanzable, pero no es más que eso, un sueño y nosotros exigimos realidad, aquí y ahora, no en un futuro utópico.
“La mujer” ha sido un flatus vocis, nominalismo, una categoría anquilosada, nunca una realidad; este concepto no ha tenido ritmo, ni olor, ni color, ni temperatura, ni contenido positivo. Ha sido una momia enterrada, un suicidio colectivo, una naturaleza muerta y rematada, una esencia petrificada, una desventura comunitaria.
La proliferación de los discursos y prácticas feministas en nuestros días está estrechamente relacionado con esta abertura en las formas de entender la identidad, con el nacimiento de otras subjetividades, el movimiento queer, el ciberfeminismo, etc., se construyen sobre las ruinas de la identidad fuerte y unitaria, proclamando a voz en grito que estamos constituidos por identidades fluidas, nómadas, prostéticas, plurimorfas, pragmáticas. Pregonan que nuestro yo, o es dinamismo y libertad, o es igual a la más vacía de las nadas y nuestras acciones están condenadas a la más sangrienta de las violencias.
La disolución del sujeto fuerte permite la pluralidad de modelos, de formas de vida. La reflexión feminista en nuestros días se constituye como asignación polémica de identidades, reivindicando superficies ontológicas excluidas en la tradición filosófica occidental. Se erige sobre los discursos, sobre las formas de estar y habitar del ser humano. ¿Por qué hay tan pocos hombres feministas?, ¿por qué la mayoría, o al menos una parte visible, consideran que es un tema que carece de suficiente calado para la reflexión filosófica?, ¿por qué les cambia el rictus a algunos varones tan sólo con escuchar la palabra feminismo? Quizás sea por el imaginario social creado desde el esencialismo encubierto del feminismo clásico. El feminismo no es una cuestión sólo de mujeres, un asunto a modo de pegamento que une instantáneamente a las femeninas. Deberíamos romper, de una vez por todas, con esos prejuicios, destruir esas cadenas, reconocer que es una reflexión ontológica y epistemológica. No nos une el género, ni el sexo, nos une la vivencia de una subjetividad dada por una configuración precisa, en un proceso de socialización, en una determinada manera de habitar la realidad.
El feminismo alternativo está transitado por discursos sobre el sujeto, sobre la identidad, que se hacen cargo de la ”crisis del sujeto de la metafísica”. El feminismo alternativo está llamado a vivir otras formas de subjetividad sin la necesidad de un lenguaje único, omni-abarcador, totalizador. El feminismo alternativo convive ya en otras superficies multicéntricas, poliédricas, dispersas espacio-temporalmente, más allá del sujeto monolítico y logofalocéntrico.
Se da una urgente necesidad política de pensar-vivir la identidad, el sujeto, más allá de la enclaustradora y asfixiante naturalización de los géneros, talando las raíces que nos sujetan a la tierra de la tradición occidental metafísica del sujeto como presencia material pre-social y continuidad temporal.
2.-Implicaciones políticas
Todos los feminismos son y realizan una lucha política. El postfeminismo también está plenamente sumergido en esta contienda, aunque sus armas y estrategias son otras. Las sintetizaremos en:
-La aceptación de la muerte del sujeto no es un demérito, lo humano no desaparece o se evapora, sino que implica otra perspectiva. Toda la insistencia en mantener al sujeto fuerte “vivito y coleando” es, a la postre, heredera de la creencia de que lo opuesto supone una infravaloración de lo humano. Es una creencia, una ilusión ética, porque el feminismo alternativo no minusvalora lo humano, sino que su sensibilidad es diferente.
-El énfasis del feminismo alternativo en la contingencia y fragmentariedad de la identidad no socava, en absoluto, la capacidad de acción política, sino que, al revés, el feminismo se trasforma en una eficaz política contraria a las formas de organización y normativización hegemónicas, cuya visión sustantiva del sujeto las ha conducido a prácticas totalizadoras y asfixiantes de cualquier diferencia. El feminismo alternativo está avanzando por uno de los senderos de la resistencia.
-La disolución del sujeto no significa que todo dé igual, no implica relativismo; insisto: no todo vale. No es lo mismo estar en el Parlamento, hacer calceta o ser apaleada. No valen los discursos excluyente, los discursos únicos que eliminan a todos los demás; la heterogeneidad, la multiplicidad, no equivale al absurdo ni al caos.
-La muerte del sujeto tampoco implica conservadurismo. La diferente concepción de la temporalidad supone la posibilidad de recuperar los espacios marginados. La resistencia política no es unidireccional, se realiza dentro y fuera del sistema hegemónico y excluyente de la subjetividad uniformada.
-No creemos en el “victimismo”. Ciertas teorías feministas han supuesto que existe una identidad fuerte, entendida mediante la categoría de “la mujer”, una identidad común, estable, atemporal. Su reivindicaciones políticas se apoyaban en esta identidad, en que debe haber una base universal para el feminismo, una entelequia “mujer” supuestamente existente en todas las culturas que siempre va acompañada, en mayor o menor medida, de un sistema de opresión dentro de la estructura universal del patriarcado. Se afirma así una universalización de la forma de dominación sobre las féminas, ya que esta categórica es una experiencia común a todas y cada una de las mujeres. El feminismo alternativo, que desde luego no niega la existencia empírica de formas de opresión sobre mujeres, afirma que este discurso se sostiene sobre la representación de un identidad de mujer abstracta e irreal y se pregunta, si esto es así, ¿por qué no ha terminado ya este sistema de dominación?, ¿no oprime esto a los varones también?, ¿por qué las mujeres no han hecho la revolución?, ¿por qué, por ejemplo, no se han quedado embarazadas, han matado a todos los varones y posteriormente han creado un mundo nuevo?, ¿qué otras formas de unión se dan entre las mujeres al margen de su opresión?
El feminismo alternativo propone virar el punto de vista, desarrollando un tratamiento más complejo de la subjetividad y de la identidad, haciéndose cargo de que es imposible desligar el género de su génesis, de las intersecciones y redes políticas, simbólicas y culturales en que se modela y se mantiene. Al abordar la construcción de la subjetividad, se aborda una cuestión netamente política; rechazando la posibilidad de definir a la mujer como tal, los intentos de definirla de una vez para siempre, de encontrar la “entelequia femenina” son esquemáticos, engañosos, erróneos ontológicamente, distorsionadores en las singularidades e implican prácticas políticas de exterminio y exclusión de lo no absorbido en esta eternidad idéntica a si misma.
No existe la mujer en abstracto, la Mujer. Por eso, el feminismo alternativo reclama otra sensibilidad hacia los problemas femeninos que no sea tan sólo el de la igualdad, el de formar parte de la esencia humana, porque esto es únicamente una forma de hablar. El feminismo alternativo no es una teoría-práctica nueva, no implica una superación por abandono de algo previo, es tan sólo un talante, una receptividad que se da de otra manera. No cree, desde luego, en el desarrollo de una esencia femeninaopuesta a la esencia masculina, sino en la subversión y resignificación de la instancia fálica y de la ley distributiva y productiva entre hombre y mujer. Se trata de plantear el problema de las diferencias, no en términos de sustancia, sino en términos de enunciados estratégicos o de acciones performativas, reconociendo las diferencias sin congelarlas en los diferentes. Toda proposición acerca de lo que es un hombre y de lo que es una mujer debe entenderse como un acto de lenguaje, como un acto preformativo y dialogal, que transforma y muta la posición de quienes hablan y de aquello de lo que hablan, lo cual supone implicaciones políticas y éticas.
Se puede vivir sin la violencia metafísica de la exclusión, olvidando los caducos discursos dialécticos y abstractos en pro de un discurso de la realidad virtual, del simulacro. Se puede recuperar lo sometido, lo dejado atrás, lo “descartado” a través del propio lenguaje histórico, de las prácticas cultural, de los usos políticos… Es decir, es posible resignificar lo que son las mujeres, multiplicar sus significaciones, renombrar lo real liberando el campo semántico tradicional.
Las mujeres quieren vivir en su diversidad cultural, personal, vital, étnica, salir de sus ataúdes, no sin remover el terreno, arrastrando las tumbas en su ascensión, trasformando el campo santo. Una vez resucitadas, el paisaje jamás volverá a ser el mismo; el cementerio tembló, mutó y se vació, mientras ellas saltan, corren y brincan por las avenidas, muy lejos ya del santo campo mortuorio.
Ante sus ojos sólo se presentan dos vías, con infinidad de travesías, de senderos perpendiculares, de caminos secundarios: la de la vida jocosa o el retorno a la fría y lánguida muerte. Si se continúa por la vía de la alegría, “el devenir mujer” del sujeto contemporáneo se siente a sí mismo como un ser libre, maleable, contingente, interpretable, fragmentado, ausente de fundamento y de sentido prefijado, descentrado, performativo, pragmático. La otra vía es la del retorno a la identidad excluyente, a la mismidad petrificada y escayolada, a la normatividad y homogeneidad impuesta, obligatoria e insidiosa. Debemos estar alerta y evitar los cruces de estas vías principales que nos confundirían pasando de esta segunda vía a la anterior, que nos conmina con su aparente organización y estabilidad, que nos indica del falso atajo de la hiperfeminidad blanca, occidental, económicamente dominante –capitalista y burguesa- y obligatoriamente heterosexual.
Esta reflexión responde a la pregunta de ¿qué es el feminismo? Sólo es posible una respuesta que explica cómo el feminismo -en cuanto discurso único- se convirtió en un minúsculo granito de arena en el desierto de la nada; abrasados por el infernal calor, alzamos la cabeza y nuestros ojos esperanzados ven en el horizonte la multitud de repuestas, unas brincando y gritando, y otras alegremente esperando responder a ¿cómo está sucediendo el feminismo alternativo?, transitando el universo hermenéutico inagotable de las posibles lecturas y escrituras sobre la mujer.
Estamos ante una filosofía, ante una ontología, ante un modo de feminismo alternativo, cuya disposición es la de devolverle a la realidad todas sus posibilidades. En este trabajo hemos indicado estas vías mostrando sus vericuetos, sus trayectos, sus bifurcaciones y sus superficies.
Acabaremos citando el final de Las palabras y las cosas, de Michel Focault, publicado en siglo XXI (Madrid 1999):
En todo caso, una cosa es cierta: que el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano. Al tomar una cronología relativamente breve y un corte geográfico restringido -la cultura europea a partir del siglo XVI- puede estarse seguro de que el hombre es una invención reciente. El saber no ha rondado durante largo tiempo y oscuramente en torno a él y a sus secretos. De hecho, entre todas las mutaciones que han afectado al saber de las cosas y de su orden, el saber de las identidades, las diferencias, los caracteres, los equivalentes, las palabras –en breve, en medio de todos los episodios de esta profunda historia de lo Mismo- una sola, la que se inició hace un siglo y medio y que quizá está en vías de cerrarse, dejó aparecer la figura del hombre. Y no se trató de la liberación de una vieja inquietud, del paso a la conciencia luminosa de una preocupación milenaria, del acceso a la objetividad de lo que desde hacía mucho tiempo permanecía preso en las creencias o en las filosofías: fue el efecto de un cambio en las disposiciones fundamentales del saber. El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin.
Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena.
El fundamento en occidente ha recibido dos grandes nombres: ser, sujeto. Es un lugar común reconocer que la disolución de la metafísica del ser se inició a finales de la Edad Media, y la disolución del sujeto se comenzó a forjar con Nietzsche y han continuado sus herederos. Tras la destrucción de la fundamentación subjetiva se trasluce el ser como diferencia. Es decir, borrado el hombre (mujer y varón), aparecen plurales las imágenes y los rostros del acontecer y del estar humanos.
Somos los vástagos y herederos de la tradición fundamentalista y subjetivista, pero nuestro mundo ya no se reconoce en ella. Nuestra epocalidad está convocada a otra forma de pensar: una filosofía alternativa.
Esta comunicación fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.3 (abril de 2007)
1.- Soy consciente de lo arriesgado de esta afirmación. En nuestros días hay varones implicados en el feminismo, pero no se puede negar estadísticamente el escaso interés de los varones por este asunto; la mayoría de los ponentes y asistentes a cursos, autores, especialistas... son mujeres.
2.- Esto es: caminos abiertos o desbrozados que conducen a direcciones imprevistas, vías de escape a otros territorios inexplorados o muy poco transitados

Las grandes olvidadas: las mujeres españolas en la Resistencia francesa

Isabel Munera Sánchez (comunicación del Congreso “Mujeres, libres y libertarias”, celebrado en Madrid en 2005)

 Un gran manto de olvido ha cubierto durante muchos años la participación española en la Resistencia francesa. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los franceses se dedicaron a construir una historia de la Resistencia que ignoraba la importante presencia de extranjeros en la liberación de Francia, y que convertía a los franceses en los protagonistas indiscutibles de la lucha que se libraba en Europa contra el nazismo. Pero si la presencia de los republicanos españoles fue ignorada, la de las mujeres ha sido completamente silenciada, convirtiéndose, muy a su pesar, en protagonistas invisibles de una historia de olvido. 
Ha llegado el momento de levantar ese manto de silencio y de recuperar la memoria de todas estas mujeres anónimas que arriesgaron su vida para que el mundo recuperara la libertad. Este es, sin duda, el principal objetivo de esta intervención. Porque como muy bien señaló el escritor francés André Malraux ya en 1975: “Los que han querido confinar a la mujer al simple papel de auxiliar de la Resistencia, se equivocan de guerra”.
De guerra sabían mucho ya las mujeres españolas cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. El triunfo del levantamiento franquista en España las había empujado al exilio huyendo de los bombardeos. En las últimas semanas del mes de enero y principios de febrero de 1939, cerca de 500.000 españoles cruzaron los pasos pirenaicos en la más importante emigración forzosa de la historia de España. Niños, ancianos, mujeres, soldados y familias enteras comenzaron entonces un largo peregrinar por medio mundo, aunque los dos lugares más importantes de asentamiento de estos españoles desarraigados serían Francia y México1.
Huyendo de un destino que se presentaba incierto, los refugiados depositaron sus esperanzas en el país vecino, una tradicional tierra de asilo y cuna además de los Derechos del Hombre. Pero las autoridades francesas, nada habían previsto, pese a que la derrota del ejército republicano se hacía cada vez más evidente. Días y noches a la intemperie, muertos de frío y hambre, los exiliados españoles esperaron su turno para cruzar la frontera. Ya en suelo francés, los gendarmes se encargarían de separar a las familias. Los hombres que estaban en condiciones de trabajar fueron conducidos a campos de concentración, mientras que las mujeres, los niños, los enfermos y los ancianos fueron evacuados masivamente a improvisados albergues y centros de acogida en diversos departamentos del interior.
Pese a las manos que les tenderán algunos franceses solidarios con su situación, en general, el recibimiento del pueblo francés será hostil. Además, la prensa conservadora y de extrema derecha se encargará de exaltar aún más los ánimos. “Invasión de refugiados”, “ruinas humanas”, “marea de fugitivos”,  “bestias carnívoras de la Internacional” o “la hez de los bajos fondos y de las cárceles”2, serán algunos de los calificativos que recibirán los republicanos españoles.
Las condiciones de vida durante los primeros meses en los campos de concentración de Argelès, Saint Cyprien y Barcarès serán especialmente duras. Playas desnudas, rodeadas de alambradas sin un lugar donde guarecerse del frío, sin apenas nada que llevarse a la boca, sin medidas de higiene, sin medicamentos, bebiendo agua salobre y haciendo sus necesidades en la playa, de donde procedía el agua que bebían. Con estas condiciones, serán muchos españoles los que mueran en los primeros momentos de su llegada a Francia.
Aunque algunas mujeres vivirán en primera persona esta realidad, serán una minoría. La mayor parte pasará estos primeros meses de exilio en albergues y centros de acogida donde las condiciones de vida no serán, sin embargo, mucho mejores. En escuelas, cuarteles, granjas, cuadras o viejas fábricas dormirán en el suelo o sobre paja, sin agua caliente, sin ropa de abrigo, sin apenas comida con la que alimentar a sus hijos y con la incertidumbre de no saber cuál es la situación de sus familiares encerrados en los campos de concentración.
Muy pronto, las autoridades francesas intentarán deshacerse de unos refugiados que consideran una “gran carga” para su economía y fomentarán las repatriaciones a terceros países, sobre todo, de América Latina y el retorno a España, incluso recurriendo en muchas ocasiones al engaño3.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres españolas tendrán que continuar su particular lucha por la supervivencia. Una orden de abril de 1940, que decretaba el cierre definitivo de todos los albergues, complicará aún más su situación4. Sometidas a la presión de las autoridades francesas, las mujeres se debatirán entre regresar a España, desde donde llegan noticias de que se ha desatado una brutal represión, reemigrar a terceros países, una posibilidad no siempre al alcance, o iniciar en Francia una vida en la clandestinidad.
Pero no era fácil regularizar la situación y conseguir los papeles necesarios. Además, las mujeres  no eran consideradas un colectivo interesante para la economía nacional. Si no disponían de una familia establecida en el país, sus posibilidades de permanencia eran escasas. Algunas trabajarán en el campo, otras como criadas y las menos en fábricas; pero son muchos los testimonios que nos hablan de la situación de explotación y vejaciones que sufrirán por parte de sus patronos. 
Y, pese a todo, las mujeres siempre estarán en primera línea cuando se trate de impedir una injusticia. Fueron mujeres las que primero se rebelaron contra la decisión de las autoridades francesas de trasladar en marzo de 1941 a los brigadistas del campo de Argelès al norte de África. Conocedoras de las duras condiciones de los campos en las posesiones francesas del África septentrional, donde muchos refugiados encontraban finalmente la muerte, tratarán de impedir este traslado. Como recuerda una de las protagonistas, Ana Pujol: “Los hombres vacilaban y no se atrevían, temiendo las consecuencias del levantamiento. Y las mujeres decidimos llevar nosotras la lucha (...) Fue el campo de mujeres el que se levantó, en una protesta tan unánime y violenta, que las propias fuerzas que nos guardaban cogieron miedo. En pocos minutos, la avalancha de mujeres avanzando hacia el reducto donde se intentaba sacar a rastras de sus barracas a los internacionales rompió las alambradas y lo arrolló todo”5.
Pero éste no fue un episodio aislado. Neus Catalá en su estremecedor libro De la Resistencia y la deportación, recoge el testimonio de 50 mujeres españolas que participaron en esta “nueva batalla contra el fascismo internacional”. “Las mujeres españolas -recuerda Neus-, las muchachas de la JSU nos incorporamos de mil y una maneras al combate. No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de guerrilleros”6.
Como la propia Neus Catalá, fueron muchas las mujeres que se incorporaron a las filas de la Resistencia tras la ocupación de Francia por los nazis en mayo de 1940. Como enlaces, en las redes de evasión, transportando correos, municiones, armas o mensajes, dando cobijo a los perseguidos por la Gestapo y la Milicia francesa, confeccionando o distribuyendo prensa clandestina e incluso empuñando armas en batallas tan importantes como la de La Madeleine.
Eran conscientes del peligro, pero sentían que cumplían con su deber. Neus comenta: “Cuando entrábamos en la Resistencia éramos conscientes del peligro. Teníamos un 90 por 100 de posibilidades de caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos remplazarían (...) Como las demás, cumplí sencillamente con mi deber. Me llamaron y respondí”7.
Para algunas mujeres, su trabajo en la Resistencia se convirtió en el centro de su existencia. Regina Arrieta recuerda: “Al principio éramos pocos los que hacíamos la Resistencia. Fueron años durísimos, pero exaltantes. A mí me pareció que mi vida comenzó el día que pasé a formar parte de la Resistencia para luchar contra el ocupante nazi”8. Otra mujer confirma estas palabras: “Mis compañeros y compañeras militantes españoles nos unimos en seguida a la Resistencia, en Francia, contra los nazis, porque aquella lucha la sentíamos como propia, considerábamos un deber defender la libertad donde fuese, como en España, frente al alemán, porque era nuestro virtual enemigo, los que habían ayudado a Franco a ganar la guerra”9.
Así, muchas mujeres que no habían ejercido actividades políticas ni militares durante la Guerra Civil, encontraron en la Resistencia francesa su oportunidad para poder luchar contra el fascismo10.
Ingrid Strobl en su magnífico libro Partisanas comenta: “Las mujeres tuvieron una aportación decisiva en la lucha contra el fascismo y el nacionalsocialismo. Entrevistas con activistas e investigadores han demostrado que la infraestructura de todo tipo de resistencia fue creada sobre todo por mujeres (...) Pero mientras el luchador activo, al ser detenido, todavía podía intentar defenderse con su arma, la mujer desarmada, con su cesto de la compra lleno de octavillas ilegales estaba totalmente a merced de sus perseguidores”11.
Fueron muchas las mujeres que fueron ejecutadas por su trabajo en la Resistencia, o que padecieron infinidad de torturas al negarse a delatar a un compañero, o que murieron en el infierno de los campos de extermino nazis. Y, sin embargo, para todas estas mujeres no hubo apenas reconocimientos ni menciones de honor. El simple hecho de ser mujer fue motivo suficiente para no ser vistas y para que su importante contribución a la Resistencia fuera ignorada.
Como apunta con gran acierto Antonina Rodrigo en su obra Mujer y exilio: “Ellos intervinieron en la guerra, en el maquis, en la resistencia (...) y pasaron a la historia, se les condecoró, se les dedicaron monumentos. Ellas también hicieron la guerra, estuvieron en el maquis, en la resistencia (...), pero en los libros de historia la mujer siguió ausente, no han recogido sus batallas”12.
Además, a diferencia de sus compañeros, las mujeres tuvieron que compatibilizar su trabajo en la Resistencia con su papel de madres. José Martínez Cobo, dirigente del PSOE en el exilio, asegura: “Las mujeres en la Resistencia han sido utilizadas siempre para transmitir mensajes, mantener lugares seguros y también han tenido el dificilísimo papel de correr todos los riesgos que corría el hombre y al mismo tiempo mantener la familia”13. Regina Arrieta afirma: “En mi casa se hacían reuniones, se confeccionaban octavillas. Tenía que trabajar, criar a mi hijo y hacer la Resistencia”14. Otra refugiada, Jesusa Bermejo, explica cómo hasta la propia policía se marchaba de su casa, punto de reunión de resistentes, al ver a tantos niños: “La policía siguió visitando mi casa, pero se quedaba poco tiempo, al ver el panorama de tanto crío; los cinco de la hermana muerta, la de mi hermana en la cárcel y los míos, todos muertos de hambre y llenos de sarna”15.
También hubo menores de edad entre las resistentes. Josefa Bas empezó a trabajar con el maquis de Dordoña a los 16 años. La misma edad tenía Lina Bosque cuando empezó a realizar labores de enlace. Esta niña-mujer recorría largas distancias a pie o en bicicleta para llevar papeles, cartas o mensajes. “Como era una cría (...), acompañaba a los compañeros y decían que conmigo pasaban más desapercibidos”. Sin embargo, y pese que exponía su vida como los demás, Lina tuvo problemas con algunos de sus compañeros varones. “Una cosa que me hizo mucha gracia fue que pedí el ingreso en el Partido, pero me dijeron que era demasiado joven. Es decir, que para eso me encontraban demasiado joven, y no lo era para hacer todas aquellas cosas que me hacían hacer (en la Resistencia)”16.
A veces, los compañeros varones tampoco veían con buenos ojos la presencia de las mujeres en la guerrilla. Regina Arrieta recuerda su experiencia al llegar al maquis: “Allí fui acogida con toda naturalidad y afecto, menos por un oficial de la Marina española Republicana, que no toleraba la presencia de las mujeres en la guerrilla”17.
Pese a estas reticencias, algunas mujeres ocuparon puestos importantes en el organigrama guerrillero como la nombrada Regina Arrieta, que perteneció a la dirección de la MOI (Mano de Obra Inmigrada) en Toulouse18 o Nati Molina “La Peque” y Carmen (otra mujer sin apellido), que formaban parte del Estado Mayor de la Agrupación de Guerrilleros Españoles y que se encargaban de asegurar la comunicación entre las diferentes unidades. Sin embargo, no se tiene recuerdo de ellas y sus nombres se han esfumado como el de otras muchas en el tiempo19.
Mujeres jóvenes, anónimas, procedentes de las capas populares, que se vieron inmersas en el torbellino de cambios sociales, culturales, económicos y políticos que trajo la República de 1931. Mujeres que se vieron forzadas a un exilio que las condujo a un nuevo frente, el que se libraba en Europa contra el fascismo internacional. 
Su labor como enlaces fue fundamental. Aseguraban las comunicaciones entre los diversos grupos guerrilleros. Recorrían a veces más de 100 kilómetros para transportar un parte o una orden militar, llevar municiones, armas, dinero, cartillas de racionamiento, etc. Como los autobuses eran lugares muy peligrosos y sometidos a constantes inspecciones, la mayoría de las veces recorrían largas distancias a pie o en bicicleta. La labor de enlace requería una gran resistencia moral y física. 
Los enlaces eran los que más se exponían y corrían el peligro de ser torturados en caso de detención. Además, las mujeres enlaces no llevaban armas y, a veces, sólo tenían piedras para defenderse de las pistolas20.
Las mujeres también eran utilizadas para transportar explosivos, que servían para destruir  más tarde vías férreas y postes eléctricos. Luisa Alda recuerda cómo guardaba en el carrito de su niña materiales explosivos que luego se utilizaban para destruir vías de comunicación. Y todo con el único objetivo de escapar de los controles de la Gestapo.
Las refugiadas españolas se encargaban también de mantener puntos de apoyo, refugios seguros donde los “quemados” –personas perseguidas por los nazis o la Milicia francesa- podían esconderse o curarse las heridas antes de regresar al maquis. En estos refugios se diseñaban además planes militares o se guardaban papeles falsos, salvoconductos o instrumentos para la impresión de octavillas o prensa clandestina.
Los sabotajes tampoco estaban reservados a los hombres. Muchas mujeres realizaban sabotajes en las fábricas alemanas donde trabajaban. Soledad Alcón recuerda cómo para la conmemoración del armisticio de la Primera Guerra Mundial, decidieron celebrarlo con una serie de sabotajes en la fábrica. Ella se presentó voluntaria y paró todo el taller21.
La presencia femenina también fue muy importante en las cadenas de evasión, una de las primeras formas de Resistencia contra el ocupante nazi. Muy pronto se crearon redes que ayudaban a personas perseguidas a atravesar por diversos pasos de montaña la frontera pirenaica. Sin duda, una de las redes más importantes y efectivas fue la creada por el anarquista oscense Francisco Ponzán, “François Vidal” en la Resistencia, que formaba parte de la red Pat O’Leary, organizada por los servicios secretos ingleses para sacar del territorio francés a los aviadores británicos que caían en Francia. Pilar Ponzán, hermana del fundador de la red, fue uno de los miembros de esta cadena junto a las también españolas Alfonsina Bueno Ester y Segunda Montero22.
Como se puede apreciar por los testimonios que he expuesto durante mi intervención, la participación de las mujeres españolas en la Resistencia francesa fue amplia y variada. Pero pese a esta multiplicidad de actuaciones, su contribución a la liberación de Francia ha sido completamente obviada durante años. 
En un coloquio que se celebró en París en el año 1996, la vicepresidenta de la Federación de Asociaciones y Centros de Españoles Emigrantes en Francia (FACEEF) y coordinadora del coloquio, Francisca Merchán, se preguntaba por esta cuestión: “¿Por qué hay todavía miedo a decir que las mujeres tomaron parte activa en la guerra y en la Resistencia (...)?23 Hoy, casi nueve años después, la investigación sobre este asunto es todavía muy escasa y sus protagonistas, las mujeres, continúan siendo unas desconocidas, relegadas a la labor de meras auxiliares en una historia protagonizada por los hombres. “Para ellos, los honores; para nosotras, el olvido”, comenta con amargura Regina Arrieta24.
De este olvido han tratado de rescatarlas otras mujeres. Fundamental, sin duda, para conocer en primera persona el relato de estas resistentes el libro de Neus Catalá, que les da voz a todas ellas. O los testimonios recogidos por otra mujer resistente Tomasa Cuevas, o los trabajos de Giuliana di Febo, Ingrid Strobl, Antonina Rodrigo, María Fernanda Mancebo, Pilar Domínguez, Mary Nash, Alicia Alted...25
Sus compañeros varones, preocupados durante algún tiempo por su propio olvido,  descuidaron la importante labor de sus mujeres, que se convirtieron en las víctimas de un nuevo silencio. El poeta asturiano José María Álvarez Posada, “Celso Amieva”,  escribía una carta a su amigo Eduardo Pons Prades para que incluyera en su libro un poema, que sirviera de homenaje a las mujeres que reconocía “con frecuencia hemos olvidado”. “Sin ellas, bien lo sabes –proseguía-, nosotros, los valientes, los heroicos guerrilleros, nos hubiéramos hundido moralmente más de una vez y, en el plano digamos operacional, pegado más morradas que pelos tenemos en la cabeza. Por eso te envío estos versos dedicados a las muchachas del maquis”. Las primeras líneas de su poema dicen: “Quiero nombrar aquí a las compañeras abnegadas y anónimas, enlaces y escuchas, auxiliares y guerrilleras o heroicas enfermeras, valientes y eficaces”26.
Como sus compañeros varones, sufrieron las penurias de los campos de concentración franceses, los peligros de la vida clandestina y la Resistencia. Fueron detenidas, torturadas, ejecutadas y conducidas al infierno de los campos de exterminio nazis, donde muchas encontrarían la muerte. Y, sin embargo, continúan siendo las grandes desconocidas de una historia que todavía está por escribir.

1.- Un estudio completo de las distintas oleadas migratorias se puede encontrar en J. Rubio, La emigración de la Guerra Civil 1936-1939. Historia del éxodo que se produce con el fin de la II República Española (Editorial San Martín, Madrid 1977).
2.- Titulares de la prensa francesa citados en G. Dreyfus-Armand, El exilio de los republicanos españoles en Francia (Crítica, Barcelona 2000) 48 y 49.
3.- Testimonio de Rosa Laviña, recogido por A. Soriano, Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945 (Crítica, Barcelona 1989) 174.
4.- A. Alted, “El exilio republicano español de 1939 desde la perspectiva de las mujeres”: Arenal 2 (1997) 223-238.
5.- S. Secundino, La última gesta. Los republicanos que vencieron a Hitler (1939-1945) (Aguilar, Madrid 2005) 399.
6.- N. Catalá, De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas (Adgena, Barcelona 1984) 16 y 17.
7.- Ibíd.
8.- Íd., 54.
9.- A. Rodrigo, Mujer y exilio 1939 (Flor de Viento, Barcelona 2003) 215.
10.- M. Yusta, Guerrilla y resistencia campesina. La resistencia armada contra el franquismo en Aragón (1939-1952) (Prensas Universitarias, Zaragoza 2003) 83.
11.- I. Strobl, Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945) (Virus, Barcelona 1996) 29.
12.- A. Rodrigo, op. cit., 21.
13.- J. Martín y P. Carvajal, El exilio español (1936-1978) (Planeta, Barcelona 2002) 171.
14.- N. Catalá, op. cit., 54.
15.- N. Catalá, op. cit., 70.
16.- N. Catalá, op. cit., 76.
17.- N. Catalá, op. cit., 54.
18.- N. Catalá, op. cit., 55.
19.- S. Serrano, op. cit, 407.
20.- N. Catalá, op. cit., 44.
21.- N. Catalá, op. cit., 43.
22.- Sobre la red Pat O’Leary véase A. Téllez, La red de evasión del grupo Ponzán. Anarquistas en la guerra secreta contra el fascismo y el nazismo (Virus, Barcelona 1996) y P. Ponzán, Lucha y muerte por la libertad. Memorias de nueve años de guerra: 1936-1945 (ed. de la autora, Barcelona 1996).
23.- Actas del coloquio organizado por la FACEEF los días 9 y 10 de junio de 1995 en el Instituto Cervantes de París, Memorias del olvido. La contribución de los españoles a la Resistencia y a la liberación de Francia (1939-1945) (FACEEF, París 1996) 161.
24.- N. Catalá, op. cit., 56.
25.- T. Cuevas, Mujeres de la Resistencia (Siroco, Barcelona 1986); Íd., Mujeres de las cárceles franquistas (I, Madrid s. a.; II, Barcelona 1985); G. Di Febo, Resistencia y movimiento de mujeres en España (1936-1976) (Icaria, Barcelona 1979); M. F. Mancebo, “Las mujeres españolas en la Resistencia francesa”: Espacio, Tiempo y Forma (1996) 239-256; M. P. Domínguez, Voces del exilio. Mujeres españolas en México, 1939-1950 (Dirección General de la Mujer, Madrid 1994); M. Nash, Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil (Taurus, Madrid 1999).
26.- E. Pons Prades, Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial (La Esfera de los Libros, Barcelona 2003) 26